A pesar de quedarse solo en su antigua casa, el leal perro se negó a sucumbir a la desesperación. Con lealtad inquebrantable y un corazón lleno de esperanza, esperó pacientemente el regreso de su amado dueño.
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Cada día que pasaba, mientras los vientos helados sacudían las ventanas y las sombras se alargaban, él se acurrucaba en su lugar favorito y miraba por la ventana con anticipación.
Los recuerdos de momentos alegres compartidos con su dueño danzaron en su mente, alimentando su determinación de mantenerse fuerte. Durante las noches más oscuras y las horas más solitarias, su espíritu fiel nunca flaqueó.
Porque sabía en el fondo de su alma que un día su dueño cruzaría esa puerta, trayendo calidez a su humilde morada y llenando su hogar de amor una vez más.